La luna brillaba como nunca, estrellas rutilaban cual luciérnagas, pequeños meteoritos surcando el cielo, figuraban un cuadro del….paraíso eterno.
Súbitamente, un grito de dolor salía de su boca en flor, con mano suave pero firme, aparta de sí a aquel ser que segundos antes, de amor su corazón florecía, palpitando alocado por ese amor que sentía.
De los labios de él, abrazando a su amada, su mente le pasó cuentas y una mala jugada……..Te adoro María, mas la bella mujer que en sus brazos de pasión latía….Eugenia se llamaba y no
María.
En noventa grados su cara volvía, del tromponzazo, palma abierta que en su rostro caía.
Con pasos tambaleantes dejaba atrás, de rodillas implorando por su Eugenia querida, al que fuera el amor de su vida y esta vez ya advertido sería de por vida.

