
Venimos a este mundo después de hospedarnos en un tierno vientre, inmediatamente salimos y sorprendidos después de estar dormiditos y ricamente calientitos, con una palmadita en las posaderas nos hacen llorar a gritos.
Pasando los primeros años, todo en nuestro entorno es amor, ternura y mimos, no conocemos de preocupaciones, ni de cuentas por pagar, comemos, dormimos, nada se nos hace difícil, la ingenuidad e indefensión son los reyes de la infancia.
Cuando a la adolescencia llegamos, empiezan las” preocupaciones”, viéndolas desde esa óptica, son poderosas e insalvables, con caras de yo no fui, los adultos nos guían y muertos de risa, nos dan un consejo y cuento acabado.
Al dejar nuestro hogar ya sea por casamiento o por nuestra individualidad, ahí empezamos a sentir el peso y las verdaderas preocupaciones, que no puedo con los gastos, como hacemos para poner a los hijos en una buena escuela, ay que me atrapó un fuerte resfrío y no está mi Madre para que me brinde su cuido y muchas cosas más que nos agobian y llenan de a veces, caminos sin salida.
Nacemos, crecemos, nos multiplicamos y envejecemos.
Llegando a la vejez, volvemos al mismo punto de partida, nos encogemos, perdemos los dientes, la memoria y hasta la facultad de retener cual niños, nuestras necesidades vitales. Volvemos a ser dependientes, pedimos nos mimen y comprendan que como viejitos de vez en cuando hacemos rabietas ó comiendo nos quedamos dormidos.
Disfrutemos cada etapa de nuestras vidas, recodemos que el único requisito para morir...es estar vivos.

