La mañana de mi partida me despertaste susurrándome la hora, suavemente, como no queriendo hacerlo, y yo que no pegue ojo en toda la noche, quise dormirme y no escucharte, pero me levante y te abracé. Era lo mejor y más sincero que podía hacer.
Me viene imágenes de tantos momentos vividos junto a tus faldas que a veces se me escapan todas las lagrimas que en ocasiones por orgullo no derrame, y todas las que fui incapaz de sostener viéndote herida y maltrecha por tantas perdidas a las que nos enfrentamos unidas. Tu delicada piel se fue ajando, con el paso del tiempo nos fuimos despidiendo de seres, que con su presencia nos daban la seguridad de ser amadas de verdad. Recuerdo la enfermedad que te ataco cuando se fue mi padre tras meses de lucha, agonía y sufrimiento, no querías seguir viviendo. Hasta que miraste nuestros ojos de niños perdidos y sacaste fuerzas nuevamente para sacudirte el dolor de la espalda.
Hoy te quiero decir que sin duda eres la mujer que mas he admirado en mi vida y que quisiera parecerme aunque fuera solo un poco a ti, pero se que eso es imposible y me tengo que conformar con saber que llevo tu misma sangre.
Espero poder recibir de nuevo esos abrazos que tanto echo de menos y que conozcas la causa de mi partida, esa de la que tanto te hable y no llegabas a entender. Cuando arribes en verano, te estaré esperando en el aeropuerto, con las flores que tanto te gustan y ansiosa de que me regales la sonrisa cómplice y amable que siempre tuve de tu rostro.
Me duermo pensando en ello y en el tiempo atrás en que solo acertaba a gatear a tu lado....
