Solo el cerro del Culiacán se alzaba en el horizonte llano de las tierras labrantías del valle de Salvatierra, como testigo perenne de una lánguida vida, Mi compadre gorgoritos que había ido a cazar conmigo conejo y liebre, cazo un grillo y se lo metió en la boca, hambriento y cansado, tenia hambre mi compadre, pero la verdad, ¿así como que para comer un grillo?… no salía de mi sorpresa cuando corre tras de unas abejas y sin perderlas de vista llego a su panal, que estaba colocado en una horqueta de pirul, antes de pensarlo dos veces corto un puñado de flores de girasol y se las metió en la boca de manera que las abejas se posaran buscando su polen, llegue unos instantes después de el al sitio de la casa de las abejas, donde que eran de la clase africana, ¡Santo Dios!… se comerán a mi compadre… pero mi compa estaba hambriento, alzo su vista al cielo, como en busca de una señal que le dijera si el panal era comestible con todo y abejas africanas, que carajo mi compa, se había convertido en un oso hormiguero, con su lengua rasposa sorbía la miel con cera y abejas, esta escena dramática duro mas de tres minutos, que a mi se me hicieron eternos por la angustia de ver a mi compa transformado en un animal.
Ajenos a la amenaza de la tormenta que se avecindaba, ya terminado el festín relamiéndose aun el górgoros, yo estaba casi hipnotizado por la escena que acababa de presenciar, alce la voz gritando a todo pulmón, Górgoros vayámonos busquemos guarida subamos al cerro, con esa tormenta que llega los ríos de lodo y agua que bajan de la montaña terminaran por sepultarnos, el aguacero como siempre venia del oriente, entre los cerros de los Agustinos, se observaban, negros nubarrones, relámpagos y centellas hicieron su aparición, “apresuramos el paso”, grite, desde lo mas profundo de mi garganta acuciaba temor, sacamos los plásticos unos pedazos de metro y medio por lo que da de ancho, y así cubiertos, pantalón arremangado y los guaraches en mano, corríamos entre el lodo y la zarza, entre la hierba y las piedras, la intensa lluvia continuaba como queriendo desgajar la tierra, los torrentes como pronostico se provocaron, “al fin” grite, gustoso y sediento, la cerrera no había sido para menos, llegamos a la cueva de las chivas, mi compa siempre serio, no sé si por su loca carrera en busca de las abejas, o los piquetes que le propinaron, mudo se apostó en el fondo, ya cuando llegamos se encontraban a resguardo otros compitas, leñeros, chiveros, “pasen amigos”, se escucho una voz ronca en lo oscuro de la cueva, se escucho amistosa, lo que nos dio la confianza, saludamos con un “buenas les de Dios”, otros cazadores como nosotros, habían encendido una fogata con mojones de chiva y leños, mi mente no dejaba de asombrarse por todo , la buena suerte de haber encontrado la cueva, ya encendida una fogata, para secar nuestras ropas y darme tiempo para pensar en la aventura de mi compa, tal vez mi compadre traía de sus ancestros un equipaje bárbaro de aguante y en sus genes conservaba la memoria de los hombres del Popol Vuh,
Existía otro peligro serio cuando las aguas terminasen de bajar de la montaña, a lo lejos se escuchaba una manada de lobos y por su aullar el viento nos traía presagios dantescos, en caso de que la manada atacara, serian cuatro escopetas, tres hondas y una lanza, ocho en total, claro que todos portábamos nuestros respectivos machetes, con el ojo avizor a la presencia de estos depredadores, decidimos montar una guardia, escogí el primer turno, se decidió que fuesen de dos horas el relevo, habían pasado ya diez y ocho horas sin probar alimento, uno de los leñadores que había cazado conejo dos días antes me ofreció conejo salado, “tome amigo” me ha dicho este hombre de cara recia y dura, con facciones toltecas, piel morena de guarache y calzón patío, estaba duro y leñoso y ese tufillo de la carne me provocaban un poco de ascos, pero había que comer, la vigilia sería larga y penosa.
Alexan
Hombre de Cara Recia y Dura
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