Hacía mucho calor. Agosto había llegado fuerte.
Roberto no podía dormir, el sofocante calor lo ahogaba por momentos.
Se levantó de la cama y salió a la terraza, cubierta por un pequeño porche donde le esperaba solitaria como tantas noches, su querida hamaca con la que había compartido tantos momentos agradables. En las largas noches de verano solía pasar en ella muchos ratos.
Un suavecillo viento corría de este a oeste a lo largo del porche, allí se sentía bien.
Tumbado miraba al cielo sembrado de brillantes y diminutas estrellas que parecían sonreírle correteando unas con otras a través del firmamento azul.
Aquella noche había luna llena. Una luna perfecta, plateada, brillante como sus cabellos bordados de plata.
Estuvo allí acostado algún tiempo, minutos, horas quizás.
El calor humedecía mi cuerpo y al igual que había hecho otras veces, me desprendí de mi suave blusa de seda y a paso lento me dirigí a la suave hamaca.
El calor cesó cuando nuestros cuerpos hicieron colisión,
Mecidos por el leve vértigo…..de nuestros besos.
La noche estaba tranquila. Nosotros allí y todo el universo cubriéndonos y observando nuestros desnudos cuerpos.
La dorada luna parecía haberse enamorado de esa escena, llegando incluso a ruborizarse.
Después salí despacio, como una reina dominando la noche, la naturaleza, el espacio que me rodeaba.
Hasta los monótonos grillos dejaron de cantar, parecía como si el mundo se hubiese paralizado y esperaran nuevamente el movimiento silente de la hamaca.
Colocándome de nuevo mi blusa larga de seda me tirè sobre la hamaca, nos abrasamos y observamos las estrellas y la luna, quien pareció guiñarnos un ojo en complicidad con nuestro amor.
Allí quedamos sumidos en un profundo sopor, relajados, tranquilos, serenos, encantados. Por nuestra mente pasaron lentamente recuerdos de años atrás, de nuestra adolescencia, de nuestros amigos… de nuestro primer beso.
Era todo tan agradable que fue transportándonos a un agradable éxtasis, a un bello sueño del que no queríamos despertar…
Poco a poco músculo a músculo nos relajamos, en la tranquilidad de la noche. Los grillos y otros animales del bosque continuaban su serenata nocturna.
Nuestros sueños continuaron, sueños, sueños, sueños…
De repente algo rozó mi mejilla, despertándome sobresaltada y sudorosa, su cuerpo semidesnudo continuaba abrazado a mí.
Miré al cielo y la luna ya había desaparecido.
Con gran sorpresa noté que en mi regazo había depositado un bonito ramos de rosas frescas.
No fue un sueño, mi amado sigiloso en algún momento de
Aquella noche de encanto….lo había cortado.
Con un dulce beso en su boca lo desperté, y con su sonrisa
Maravillosa sin decir palabras…..me dijo muchas cosas.
ANY VAUGHAN 
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