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Oda a mi Ciudad.
El sol se anuncia suavemente,
detrás de la cordillera azul,
con sus rayos dorados que anuncian su presencia
pequeñas calles con casitas de tejas a dos aguas
parecen en apacible calma
alguien por ahí se despereza
se escuchan los tacos de la trigueña secretaria
que apura sus pasos
algunas bocinas adornan el cuadro matutino
frío, límpido, casi virginal es el ambiente
de pronto los autos, micros y buses hacen su estruendosa aparición
como diciendo: “el día ha empezado”
La gente casi no se mira entre sí
todos preocupados por llegar a sus oficinas, escuelas
fábricas, comercios, en el centro de mi ciudad.
Ya es medio día, y el sol radiante y majestuoso se yergue encima
Desde ahí, silencioso e imponente nos anuncia la mitad de un día mas
dos caballeros de terno, toman un café de mediodía
camino por las calles gastadas por los 500 años de historias
ellas brillan por el desgaste del trajín de antiguos españoles
que algún tiempo atrás, erigieron la catedral románica, barroca
el parque con árboles de naranjos.
Las palmeras fieles y mudos testigos de todas las épocas
Colonia, republica y la nuestra, con incontables batallas.
Casonas antiguas al cual mejor adornadas con corintios capiteles,
Artesanos y expertos alfareros dejaron sus legados
traspasados por el tiempo y por innumerables historias de sin fin de peleas y cruzadas, en nombre de conquistas y territorios,
portones a cual mejor escudo los adornan de grande dinastías pasadas aferradas a un pasado, una historia, un sin fin.
El aroma a café fresco llega a mi, son las cuatro de la tarde, y se confunden con la calle de las pizzas, y el sol va perdiendo su fuerza, se va tornando rojito naranja… como despidiéndose… dejando su paso a los faroles de luces amarillas que se van encendiendo paulatinamente, como haciendo un coqueteo con las calles.
Por ahí, la cámara de un turista no deja escapar esa escena. Inmortalizándola por siempre, y mi pecho se recarga de orgullo, casi juntos a él pasan dos hermosas trigueñas, con paso lento, cansadas y satisfechas de la labor del día, conversan entre si.
La noche a llegado y el señor sol se ha ido, cansado pero no derrotado.
Sé que mañana hará su triunfante aparición.
Un ligero viento frío golpea suavemente mi rostro, me recuerda que debo regresar.
Las luces amarillas y rojas de los autos, se presentan como un festival de colores, estarán hasta altas horas adornando las callecitas adoquinadas, las vitrinas brillan, el edificio panorámico como postizo entre las casonas antiguas hace su presentación a esa hora. Como comenzando una función, esta vez diferente, agitada, excitada, rápida, es otro espectáculo.
Le doy una ultima mirada a aquellas escenas que presenciaron el siglo largo, de amantes, enamorados de la mano, y mas… camino pausado, y regreso, mientras en silencio me alejo, regalo una última mirada, una pequeña paloma descansa su vuelo, y se posa cautelosamente en la redonda cúpula de la iglesia.
Esa es mi ciudad
papillon
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