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Cae la tarde y el tiempo se acorta, sólo se escuchan los pasos ante tanto silencio. La lluvia cae tenue sobre el verde pasto llanero. A lo lejos se abre la sabana y sobre ella seis hombres discuten un destino.
Arrecia la lluvia y en el horizonte se divisa el bosque. Una intricada red de ramas, hojas y espinas parece cerrar el paso a los presurosos caminantes, Juan, Pedro, Santiago, Carlos y José, uno a uno acompasadas las pisadas llevan en sus hombros una hamaca que no parece moverse cubriendo o la febril estampa de un enclenque campesino.
- Caracha camarita, la verdad es que el compadre Marco, si está pesa’o balbucea Juan mientras José afirma con la cabeza.
Juan y Santiago en cada extremo de la retaguardia, Carlos y José a la vanguardia, apuran el paso, mientras Pedro, lámpara de kerosén en mano, se abre camino en la maleza. El espacio abierto de la fértil sabana dio paso a la oscura espesura de la selva. Al fondo el caudal del río sirve de marco musical a un concierto de chicharras, guacharacas, lechuzas y araguatos.
A la distancia un muchacho descalzo y descamisado divisa el cortejo y huye despavorido gritando:
- ¡Espanto, espanto! O sino un entierro en el bosque!
Y con toda razón lo piensa, porque sólo puede ver una pequeña luz que aparece en las lomas, se esconde en las hojas, reaparece en las ramas, para ocultarse en los valles. Seguro que al llegar a su pueblo algún ambicioso emprenderá la búsqueda del famoso entierro lleno de morocotas y doblones de oro, ocultos en un baúl de madera incorrupta y que es resguardada por el espíritu del dueño en forma de una movediza luz.
Titiritar de frío, chasquear de dientes, gotas turbias de sudor que caen de la hamaca provienen del cuerpo enfermo del Compadre Marco.
La lluvia antes tenue y limpia se hace pesada, salina y sulfurosa, golpea los torsos desnudos llenos de escoriaciones y rasguños de los campesinos andantes provocándole agudos ardores y sensación de fuego abrasador.
Los pies descalzos llenos de llagas y heridas abiertas parecen gritar su desdicha.
Un chillido de un ave se oye cerca.
- Animal del demonio, hijo de madre de mala entraña, vete para el co…! grita Pedro al divisar el ave de rapiña que trae el mal agüero.
- Vamos Compadre no nos vaya a hacer corto el camino que pronto llegaremos a que el Doctor.
Una convulsión de Marcos asusta a Santiago que suelta su extremo.
- Estás loco o sois pendejo. Se nos va a caer el Compadre. Grita Carlos.
- ¡Perdón Camará! pero ese estremecimiento me asustó. Balbucea Santiago a todos.
- Apuremos el paso y a callar. Ordena José, el mayor.
El Compadre Marcos entra en tranquilo trance y en sus alucinaciones, ve llegar a una divina mujer de finas facciones y ojos violeta, que vestida de seda se acerca paso a paso hasta el, besa sus labios y desnuda su pecho. Siente como se acuesta a su lado y le hace el amor.
- Caramba, muchachos el compadre ahora que está tranquilo se puso más pesado. Advierte Santiago.
Miran a lo lejos y destellos de luces le avisan la cercanía del pueblo, cansados, fatigados, aprietan el paso y con la respiración entrecortada sienten que la ceca meta parece alejarse. La oscuridad da paso a la luz, la selva al camino del pueblo. El chillido del ave de mal agüero, las maldiciones de los campesinos.
Entran al consultorio del Médico, mira al campesino y niega con la cabeza.
- Miércoles se nos murió el Compadre. Dicen todos en coro.
A la distancia una risa de mujer, es la muerte que se aleja.
- Ese era el peso que sentimos camarita, Marcos se entrego a ella.
Y la hamaca que siempre lo acompaño en su descanso, ahora es simplemente su mortaja.
- Llevamos un muerto a cuestas Santiago. Dice Juan mientras rezan un Ave María al Compadre fallecido….
GUEPARDO
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