Mensaje
por José_Angel » 22 Jul 2007, 21:55
La brisa revoloteaba ligera en sus dorados cabellos, olas serenas acompañaban la suave melodía de sus labios. Aroma de tierra noble y verde virgen dibujaban un paraíso donde esta hermosa doncella junto al mar, en finísima arena, tatuaba corazones con sus ojitos repletos de sueños. –¡Maryan! –voceaba su madre–,ven, ven hija mía, es hora de almorzar, tu padre está desesperado, le preocupan tus desapariciones, no sabe que estás aquí y no para de preguntar, él piensa que eres la misma niña que hace 6 años despidió en aquella Terminal. Ella sonrió y dándole un beso a su madre partieron a la casa.
No muy lejos de allí, en el trino salvaje y la magia que nace del bosque, se escuchaba un soplo de dioses que atrevido retumbaba. –Romer, para ya ese aparato –gritaba el abuelo.El muchacho inquieto elevaba su marcha, mientras el viejo disintiendo sonreía.–¡Que muchacho!, igual a su padre, lo recuerdo en sus ojos, el mismo brillo y la mano santa para arrancarle notas a esa cosa, siempre está la imagen, clara como sus manos, noche de tormenta como ninguna, veía sus ojos empapados en lágrimas, sus labios …: ¡Romer, hijo ya eres todo un hombre, cuida mucho al abuelo, no los abandono, estaré desde el cielo mirándolos, voy donde está mamá, toma hijo mío, llévalo contigo, hazlo que brille siempre! y el niño a su lado, lleno de llanto abrazándolo sujetando el bandoneón.
–¡Otra vez lloriqueando viejo loco! –vociferaba desde lo oscuro.
–¿Que haces Barrabar?, deja al abuelo, déjalo en paz o te la verás conmigo.
–¡Cállate mocoso! y calla esa cosa horrible.
–Te digo que dejes al abuelo en paz.
De un golpe, el muchacho lanzó al hechicero de espaldas y el abuelo asombrado soltó una tremenda carcajada apoyado en Romer que no paraba de reír.
–Me las van a pagar, me las pagarán todos aquí –decía Barrabar con una mano en la cintura doblado de dolor.
Unas horas mas tade, rumbo al claro del bosque, donde Romer pasaba largas jornadas tocándole a todo lo que se movía, se escuchaba otra melodía, suave muy suave, tanto que Romer cautivado enmudeció sus manos, despacio se asomó entre unos arbustos y con asombro susurró:
–Maryan , –ella se tornó.
–Romer, Romer eres..
Corriendo se abrazaron, él la alzó a todo lo que daban sus brazos y ella, ella sonreía con una intensa luz en su mirada, con la misma luz que la delató cuando lo vió por vez primera.
–¿Cuando llegaste?, ¿terminaste tus estudios? eres.., eres una mujer y muy hermosa por cierto, cuanto tiempo ha pasado Maryan, cuanto tiempo; conservé aquellas letras que me dejaste y después las primeras cartas que me hiciste, no sé que pasó, pensé tantas y tantas cosas, te escribí, nunca tuve respuesta y dejé de hacerlo.
–Nunca recibí una carta tuya Romer, pensé…pensé que te habías olvidado de mi –repuso ella.
–¿Conservas aún tu medalla? –preguntaba él.
–Romer, siempre la llevo conmigo, es mi luz.
–Maryan, ¿supiste lo de mi padre?
Sí, mi madre me contó, fue difícil para ti, lo sé.
–Maryan nunca dejé de amarte, siempre estuviste conmigo, a mi lado, te sentía en cada paso que daba, en cada cosa que hacía, aunque no lo niego, muchas veces me propuse olvidarte pero fue en vano, siempre venían a mi mente nuestros recuerdos, nuestras cosas, nuestras travesuras.
–Lo mismo me pasaba –decía ella. Nunca te pude olvidar Romer, intenté muchas veces, muchas, muchas veces pero era imposible, en mi mente volaban nuestros momentos, cada detalle y hasta nuestras pequeñas peleas.
–¿Recuerdas cuando nos dejamos de hablar por aquel dichoso cristal? –ella preguntó.
–Lo recuerdo –asintió él.
Se tomaron de las manos y en un suave beso que estremecía el lugar se entregaban la promesa.
–Maryan Prométeme que nunca mas te alejarás de mi, que estaremos juntos por el resto de nuestras vidas y mas allá de la muerte.
–Romer, amor mío eres mi vida.
–Amor –le susurraba ella apretándolo fuertemente–. Siempre estaremos juntos, siempre, lo prometo.
El cielo comenzaba a colocar nubes grises, las aves inquietas escapaban.
Un estruendo enorme ahuyentaba el bosque,
–¡Vamos Maryan!, toma mi mano, una tormenta se avecina.
Al otro lado, en la oscura choza, frente a la llama de un ébano y su inseparable bola de Mefistófeles, el hechicero recitaba los conjuros. Invocando potestades arrojaba el corazón de un búho que humeaba al contacto con el fuego.
–Ja ja ja, juntos para toda la vida y mas allá, NOOOOO..
Y lanzando el hechizo de venganza, esmorecido los labios, cayó inmóvil sobre la esfera.
–Maryan , que pasa vamos –gritaba Romer.
–Espera no puedo, algo me sucede –ella le decía.
Y soltándose poco a poco se deshacía ante los ojos de Romer.
–¿Que pasa? Noooo.. amor mío nooo… –gritaba él con lágrimas y comprimiéndose.
–No amor mío, no me abandones, ¡La Promesa, recuerda La Promesa! –decía él.
Las manos se soltaron completamente y sólo en medio de un enorme charco de agua, quedó el bandoneón.
El viento empujó las nubes, y el tiempo implacable llegó a la prisa de nuestros días, a las multitudes, al ajetreo cotidiano, donde los ojos ya no se detienen buscando el canto de un ave y la rutina engulle los huesos, pero aún así, cuando la brisa es acariciada por el beso de un bandoneón, cerca muy cerca aparece una lágrima, una lágrima azul, una que acude al llamado, es Maryan en su hechizo que sosteniendo la promesa abraza a su amado,
–Siempre estaremos juntos, siempre, siempre…
José Angel
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