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Para describir la profundidad de un rostro harían falta más de mil retratos, porque la esencia es algo que la percibe cada uno, individualmente.
Recuerdo aun la sensación de la primera mirada, como si brillante y altivo dejara un haz de luz mientras pasaba, caminaba siempre erguido como si del cielo un hilo invisible lo mantuviera siempre en una constante contemplación de todo cuanto se movía.
Era extraña la sensación que provocaba, una mezcla de misterio pero claridad, de recogimiento pero liberación, el hombre en su elevada magnitud espiritual y ambivalencia, flotaba en el alo que lo envestía.
Un hombre de frente amplia, la piel blanca y tersa y unos ojos increíblemente expresivos; ellos se destacaban de todo el conjunto por la mirada dura pero compasiva que exhalaban, celestes y vidriosos; muchos lo temían y preferían no acercársele, lo miraban de lejos como los niños que observan los insectos por temor a ser mordidos.
Pero su presencia era magnánima, un aura carismática lo envolvía cuando alguien se acercaba a saludarlo, su tono de voz era tranquilo y cristalino, la armonía de sus gestos y movimientos hacían que observarlo fuera un placer.
Cuando cruzó a mi lado enseguida volteé a mirarlo pues el aire que corría a su alrededor parecía plácido de acariciarlo en su andar, vigorosamente daba pasos decididos a un ritmo cadencioso e invariable, y una extraña plenitud denotaba su expresión.
La sublime esencia del hombre emanaba todo él, y aún recuerdo como si todavía lo viera por primera vez, como si siempre lo volviera a descubrir con los ojos mas profundos cada vez.
Porque al terminar este relato comprenderé aún mejor que ninguna descripción será suficiente para describir la mínima parte de su ser, la profundidad de su mirada, la expansión de su mente ni la manera en que tocaba mi espíritu.
Alicia Villagra</font>
