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[align=center]Las sombras se levantan en la ciudad brillante
develando un secreto ke ocultaban desde antes:
una mujer hermosa, de pálida belleza,
humedece sus plantas con la humilde maleza.
El viento va agitando los cabellos de noche
y tiene en su mirada un cálido reproche;
frente a una mansión blanca cual palacio de perlas
camina la muchacha frente a las madreselvas.
Un ventanal enorme le regala un segundo
la visión del bendito ke es todo su mundo;
el parece mirarla y sonríe suavemente,
mas en unos segundos ya vuelve a estar ausente;
ella se mortifica pensando en esos dedos
ke tocan impíamente al rey de sus anhelos
y en su mente aparece una idea nefasta;
sobre la hermosa city cae la nieve blanca.
Las horas van pasando en piadosa delicia,
mas enseñan sus ojos la secreta malicia;
ha decidido, harta, terminar el suplicio;
la ciudad la sofoca con su ahogante bullicio.
Una luna aparece, menguante y desganada
y en la noche deciden no aparecer las hadas;
la errante se desliza tras la verja, segura;
dos luceros perdidos resaltan su blancura.
En silencio, cual sombra ke cuerpo no tuviera,
va andando por la estancia ke en su memoria lleva;
cruza los corredores con una idea loca
y su aliento no kiere ni salir de su boca.
Al fin los halla; el cuarto aún tiene sus cortinas;
lo mira arrebolada, y cae de rodillas
ante el ser más perfecto ke el mundo nunca viera
(cuando estás a su lado vives en primavera).
Con timidez extrema sus cabellos ya roza
y en sueños él sonríe; lo va mirando, hermosa,
y su amor es tan grande ke le kema en los labios;
le roba un beso, suave, cual si fuera un pecado.
Él se mueve en la almohada, y ella jurar pudiera
ke se ha sonrojado; ké dicha más certera
experimenta su alma! Y se para de un salto,
y la desgracia inicia en el momento santo:
un puñal de fría plata escapa de sus ropas
y se estrella, sonoro, contra el suelo de rocas;
el estruendo indebido al ángel no despierta;
kien durmiera a su lado se levanta cual fiera.
A su encuentro se lanza con presteza asesina
y ella escapar kisiera, mas ya lo tiene encima:
en su humanidad torpe casi evitar no puede
los violentos atakes ke envía su oponente;
y sus fuerzas flakean y sus ojos cerrando
se encomienda a los Cielos la batalla negando.
Sentir ya no kisiera, pues el dolor es grande,
y al golpear una mesa un gran jarrón se parte;
entonces el durmiente asustado despierta
y lo observa la errante, menos viva ke muerta.
Rendida al suelo cae, y él presto la sostiene;
se cobija en sus brazos y el tiempo se detiene
y sólo ellos existen y la niña sonríe
(sus múltiples heridas van vertiendo rubíes).
Su amado llora pálido y ella marcharse siente,
y la mansión soñada se va antojando ausente;
con las fuerzas restantes por el cuello lo toma
y le dice un "te amo" cargado de amapolas.
Sus miradas se hallan y sonríen las almas
y ella caer se deja hacia atrás, relajada;
París entero vibra un instante, preciso,
y la errante se duerme, buscando el Paraíso.[/align]
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