
Como una tormenta eléctrica
que quema las neuronas,
calcinados por un rayo
están los recuerdos de un gris pasado
que ayer tenían vida,
pero hoy yacen muertos
y en el campo santo del olvido
se encuentran sepultados.
Cegadora fue la luz del relámpago
que no me dejaba ver,
encandilando con espejismos
estos ojos cerúleos
y dejando cual puertas batientes
un par de párpados.
Y yo en este silencio
queriendo estar sosegada,
abrazada a mi sombra
que en la oscuridad se pierde
y sin su presencia no me hallo.
.
Luego la lluvia...
Un deslave de palabras
silenciadas por el golpeteo
de las gotas en el tejado,
al tiempo que mis pensamientos
son un alud de guijarros
generando sonidos de redoblantes
en mi cabeza,
mientras tanto, un llanto seco represado
desagua por los balcones de mis ojos.
Y sin embargo…
aún tengo el corazón mojado,
porque también producen lágrimas
el explorar en ti tus placeres
para saciar antojos.
Las estrellas fugaces peinan
la espesa cabellera
de la doncella ébano
por quién el sol
se ha rendido a sus pies
vestido de ocaso,
y loco de amor por ella,
antes de despedirse,
en su cuello dejó imantado
mil luceros y cuajada la luna.
Mientras los brazos entretejían
puntadas de soldaduras
en nuestros cuerpos trémulos,
dedos como agujas, inquietos,
que en su tejer de arañas
sobre nuestras pieles se pierden
para ser sanador ungüento
y pulsar los acentos temblorosos
que al tacto, como cristales,
aún débiles se quiebran,
dejando que nuestro amor
sane con ternura
las muescas que en el alma duelen.
Tus labios glotones
del tarro de mis mieles beben
la savia vital de mis besos,
y en la mágica noche
entre la penumbra,
cual aves nocturnas
en un vuelo de cortejo
se arropan de giros
nuestras difuminadas figuras.
La luz rizada de la luna
matiza de argento
las sábanas de seda
y glasea las epidermis
de nuestros cuerpos,
esos, que apasionados en la entrega
simulan ser olas irisadas
contorneándose por el deseo…
El tiempo se deshiela,
y la majestuosa dama de ébano
ante los galanteos del sol
sumisa de amor se va rindiendo.
Entonces, entre gemidos,
risas cual alegres sonajas
y lluvias de besos,
irrumpimos en la casa del silencio
quebrantando la calma
para saciar vorazmente la sed,
bebiendo nuestra humedad
como la tierra seca
que a poro abierto
absorbe desesperada de la lluvia
cada gota de agua
sin desperdiciar nada.
Artemisa904
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