
En el umbral del sueño
lambarera vaga mi alma
liberándose del claustro
de este abatido cuerpo
que hasta hoy fue
castillo y santuario.
Una batalla más,
un duelo con la mujer
que ase su encorvada guadaña,
despertando en mí
la furia de un guerrero
ante su reto,
y la tristeza del leopardo,
quien se sabe
acorralado e impotente
frente a la maña
del cazador profano
con rostro de muerte,
que busca pertinaz
borrar de mi piel
una más de sus manchas.
Mi voz débil y las palabras,
hoy cual verbos mutilados
embalaron su equipaje
dejando atrás mi garganta,
para viajar lejos
a ignotas tierras,
donde puedan con libertad
sacudir el trémulo pañuelo
donde las había envuelto
como su piel y mortaja,
para airear ante el sol
la humedad de unas lágrimas.
Llueven gotas de sombra,
se posan agoreras
sobre mis párpados,
tejiendo los temores
con hilos de ébano
para vestir mi cuerpo
que sonámbulo deambula
con sus huesos descarnados.
Y abro en mi pecho
el hueco que lápida labra
para entregarte a cambio muerte
mi vida por la de mi hermano,
al tiempo que yo envaino la espada
cual vencida guerrera
en tu batalla sin tregua,
esa que desnuda sin pudor
los resquemores al viento,
y la noche pule
en espacio para un llanto eterno.
Hoy tan solo soy
un frágil gemido entre las hojas,
un proyecto de sombra en el patio,
una luna en el agua,
una rama en otoño denuda,
al embate del viento,
llanto de alma
y súplica sorda en el cielo.
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Artemisa904