Eran cerca de las diez de la noche cuando alguien llamo a mi puerta, al abrirla me encontré con un pequeño envoltorio en mis brazos.
Antes de darme cuenta de lo que estaba sucediendo, quién allí te depositó había desaparecido. Desconcertada, cerré la puerta y me quede mirando tu pelo dorado. Envuelto en sucios harapos, tu frágil cuerpecito temblaba y parecía no tener casi aliento.Mientras te abrigaba pude ver que aun conservabas tu cordón umbilical.
Cuando te di tu primera mamadera te acurrucaste en mi pecho y te dormiste lleno de confianza, parecías creer que yo era tu mama-y así me hiciste sentir -.
Hacia poco menos de un mes, mi hijo menor se había casado y me había quedado otra vez sola después de más de treinta años. Lejos de sentirme desolada al ver la casa vacía, ¡Me sentía en la Gloria! Por las mañanas me demoraba en la cama, conciente de que nadie esperaba el desayuno. De pronto me encontré con un tiempo exclusivamente mío y estaba dispuesta a disfrutarlo al máximo antes de que llegaran los nietos -
La casa era toda paz y silencio, el lavarropas ya no se lamentaba gran parte del día y el equipo de música permanecía mudo-acostumbrado a chillar varias horas al día-parecía no comprender que ni siquiera lo mirara cuando pasaba a su lado -.
En este estado de regocijo casi permanente me encontraba, cuando de pronto entraste en mi vida, sin previo aviso ¡Como caído del cielo!
Sentir tu corazón latiendo junto al mío fue suficiente, para que tomara la decisión de adoptarte como mi hijo del corazón. Y así comenzó nuestra con vivencia, llena de acuerdos y desacuerdos, pero sobre todo llena de amor. Y así terminaron también mis cortas vacaciones- Uno propone y Dios dispone -.
Durante los tres meses siguientes no pude dormir más de dos horas seguidas por noche, parecías tener un reloj en la panza y te despertabas reclamando tu leche caliente.
Lo malo de esto, es que nunca encontraba el punto exacto de la temperatura que esta debía tener-a veces estaba demasiado caliente, otras… demasiado fría-Nuestros viajes a la cocina, varias veces por noche se convirtieron en rutina -hoy creo que la temperatura de tu mamadera poco tenían que ver en esto, creo que te gustaban esos viajes nocturnos en mis brazos, con la casa en silencio y envuelta en una suave penumbra-.
Al mes el Dr. que te vió en un principio-y que tanto temía por tu sobreviva - casi no te reconoció, habías ganado mucho peso y derrochabas vitalidad.
Cuando empezaste a querer andar, me seguías a todas partes arrastrando tu gorda pancita por el piso y cuando por fin lo conseguiste te volviste mucho mas independiente, curioso, pero sobre todo eras ¡Feliz! Si salíamos al jardín, pronto desaparecías de mi vista-como si fueras un duende travieso - te escondías y esperabas quietecito hasta que te encontrara. Con el tiempo tu pelo dorado se fue volviendo rojizo yo te llamaba- mi pequeño colorado - y era precisamente tu pelo colorado el que me permitía ubicarte rápidamente, detrás de una planta, debajo de un banco, etc.
Al llegar a la adolescencia las cosas se complicaron un poco, no te gustaban las reglas y siempre estabas dispuesto a saltarte alguna –te encantaba salir a la calle solo-y cuando veías la oportunidad no la dejabas escapar, el que escapabas eras tu, dejándome con el corazón acongojado durante horas, temiendo que algo malo te ocurriera.
Me decía a mi misma que te impondría un castigo ejemplar cuando volvieras, para que nunca volvieras a hacerlo. Pero cuando te veía volver, sucio, hambriento y con una sonrisa pintada en la cara, me olvidaba de todo, feliz de que estuvieras a salvo.
En la puerta te despedías de tus compañeros de correrías y entrabas en la casa mansamente, me llenabas de besos-como pidiendo perdón -y corrías a mi alrededor reclamando que te alimentara.
Hoy, ya viejos los dos, yo, tejo sentada en la mecedora y tu descansas echado a mis pies, cada tanto abres un ojo, levantas las orejas atento al menor ruido desconocido.




