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Que pálida la luna sobre el contraste oscurecido del cielo, ni una nube solo un velo sobre la materia brillosa de sus agujeros. Y yo cantando letanías con el viento, que me alza en su vuelo; callan los grillos y las estrellas al escuchar mis acordes de agua.
Llueve en mis recovecos, mis cuencos vacíos del alma... hay un espacio vacío lejano, mis brazos se hacen anchos como el océano, trepan los balcones en la penumbra, mis ojos se abren como luminosas brechas, las alas con que el espíritu de poeta oscurecida se me ensancha.
No tengo ansias de hablar ni diferir palabras, no me pregunten si en la oscuridad que me embarga oigo su eco estremeciendo mis entrañas, mis oídos he silenciado y solo escucho con el alma, hablo el lenguaje mudo entre mi ser y ese espacio que rodeo. Como un grave paroxismo que unifica mi calma, son cuchillas que se incrustan a la luz de un farol tan solitario como yo, y es que las mujeres que vagan por el mundo en condiciones de ermitaña corren grandes peligros de perderse, en la oscuridad de las ciudades de su propia mente.




