
Con una sonrisa cautivante, en una esquina espera con ansias, aquel transeúnte que buen coche ande.
Desde las ocho de la noche, hasta casi el alba, con la pintura corrida y rota el alma, saca de su mullida cartera las pocas ganancias.
El tiempo le gana, de prisa corre hacia su casa, sus hijitos adorados los ojitos abrirán, y ella en su cama debe estar.
Abre la puerta sigilosamente, sentada frente al espejo, la imagen que ve la estremece, su vista se nubla confundida entre lágrimas con sabor amargo, y sentidos palpitantes.
Con su tersa mano recorre su rostro, pensamientos de antaño la acosan cual demonios, ella lo amaba más que a su vida, le dio con amor dos retoños que él tanto pedía, cumplió
Como esposa al igual que Madre, y el la dejo sin siquiera mirarle.
Dejó su pueblito, bajo a la capital, en cada mano un hijito y su valijita repleta de ilusiones.
Busco trabajo, mas su belleza la fue acorralando, como domestica, como mesera, vendiendo verduras, hasta llegar a limosnera, los hombres la seguían acosando.
Ganaba muy poco, pagaba para que cuidaran a sus hijos, el dinero se escapaba de sus dedos, como gotas de agua.
Vendiendo su cuerpo con dolor en el alma, con cada cliente una lágrima escapa.
La pobre mujer con ilusión espera, que llegue ese día por ella soñado, con su dinerito guardado en su cajita de ganancias, dejar esa vida perversa e ingrata.
Seca sus lágrimas, abraza a sus retoños, después de hacer los quehaceres que a una Madre demanda, se viste para seguir su periplo, trabajar por el día lavando y planchando, llorando y rezando.

