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Al Otro Lado de la Colina
Es verde como la esperanza el suelo que un día solía pisar al otro lado de la colina. Allí todo era pacífico, hermoso, divino. El aire fresco de la mañana penetraba por mi nariz y hacía fiesta en mis pulmones, que jamás han vuelto a ser anfitriones de un aroma tan puro y limpio. Con mis pantalones beige, botas de agua, camisa de mangas largas azul como el cielo y una blusa muy fina y suave por dentro, me deleitaba con los tonos tibios de un amanacer como no existe otro en la faz de la tierra. Mis pupilas se dilataban ante la magestuosidad infinita del astro rey que de a poquito iluminaba mi rostro y me hacía creer que allí, en el medio de la nada, yo era la reina del mundo.
Al otro lado de la colina cada día vivía una experiencia nueva. Allí llegaba con mis dos bolsos acuesta. Uno lleno de sueños y el otro atiborrado de problemas y con mi espalda recostada en la enorme piedra que a sus pies reposaba, yo tranformaba mis penas en anhelos, mis lágrimas en perlas con las que un día confeccionaría un hermoso collar. Un collar raro y valioso que llevaría en cada pieza la historia de mi vida.
Aquella colina me conoce mejor que nadie. Sabe de mis tristezas y alegrías, mi debilidad y mi fuerza. Sabe de mis dias pintados de gris por las batallas perdidas y de mi sonrisa que florece con la lluvia que en primavera fertiliza las praderas de mi mundo. De ella guardé el olor a tierra mojada por el rocio mañanero, el canto de los pájaros que revoloteaban en mi cabeza, los suspiros que quedaron suspendidos en el aire y las memorias de tiempos que ya nunca volveran.
Al otro lado de esa colina nació la persona que hoy soy. Aprendí a mirar el lejano cielo con el corazón en la mano y a no envidiar a las nubes porque ahora yo, puedo volar así de alto.
Arwen Undomiel
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