y con el corazón anhelante al mirar tu sonrisa,
me fuí acurrucando en tu pecho.
Podíamos sentir en el ambiente
el preludio de algo importante
que nos llenaba de congoja el corazón.
Estábamos solos, al amparo de la noche,
nerviosos por lo que pudiera pasar,
con una sensación de inquietud al no saber
qué era eso tan inolvidable
que el destino nos deparaba.
Sin poder contener el deseo,
con un beso tierno y a la vez furioso,
sellamos ese compromiso
que sólo tú y yo sabíamos.
No se necesitaron las palabras,
pues bastaron nuestros cálidos cuerpos
para saber que sentíamos lo mismo.
La luna fue mudo testigo
de una entrega tan ansiada:
Tus manos impacientes
recorrían partes de mi cuerpo
y nuestras bocas saboreaban
el néctar excitante que sólo notan
aquéllos que se desean.
Esa noche, en ese momento,
sentí la dicha de ser mujer...
Y dormí tranquila,
degustando los residuos
que en mis labios quedaron
de tan apasionada entrega.
