<CENTER><table width="515" height="685" border="10" cellpadding="0" bordercolor="black"><tr><td align="center" valign="middle"><img src="http://www.math.unm.edu/~wester/pix/enigma.jpg" width="515" height="685" /></td></tr></table>
[align=center][font=monotype corsiva]EL VUELO
Al inicio de la escalera mecánica del aeropuerto cuatro mujeres despiden a sus esposos, algunas con lágrimas en los ojos, otras con una sonrisa entre irónica y sarcástica se desgranan en besos a sus maridos.
Carmen, alta, morena, de escultural figura, no esconde ni disimula la pasión volcánica que le quema, sus ojos vivos e inquietos son la luz perfecta a una Diosa bajada del Olimpo para compartir con los mortales. Daniel su esposo, claros los ojos, finos los labios, castaños los cabellos, introvertido y discreto no complementa en nada con su voluptuosa mujer, su encajonada voz y las suaves maneras de sus movimientos han puesto a dudar a algunos de su masculinidad.
Miriam, de baja estatura, quizás pasada de peso, pero con un rostro que destila ternura y amor por doquier, su esposo Franco se le parecía mucho, un lampiño bigote le corría por el filtrum y le daba un aspecto de héroe de la guerra federal. Un suave roce de los labios es el marco de una dulce despedida.
Bertha, de indiados ojos color almendra, delgadísima figura, perfecta la nariz y finos los labios, suavemente hirsuta y de mirada huidiza, parece retozar en los labios de Alberto, de viril porte, pecho de escudo romano, rizados cabellos y ojos que parecen saberlo todo. Mientras besa a su mujer le apreta los glúteos sin pudor a lo que responde ella con traviesa sonrisa.
Dulce, luce a todo menos a su nombre, masculina, anchos los hombros, toscas las manos, gruesa la voz, alopécica, con mirada de buho en las noches, que parecen saberlo todo y no mirar nada, despide a Rafael sin un beso, ni una caricia siquiera.
- Pasajeros con destino a San Martin, aborden el avión de Brff número 123 por la entrada a la derecha, recuerden cumplir sus trámites de inmigración.
Abierta la escotilla una fila de hombres parecen dirigirse a la guerra, pero nada más alejado de la verdad, una simple reunión de amigos en una paradisíaca playa del Caribe bajo la excusa de un negocio que reportará muchos dividendos.
Un sonido sordo, avisa que se ha cerrado la escotilla. Los cuatro amigos unos frente a los otros se sientan a recordar sus andanzas juveniles y sus pasados amores; una copa tras otra del más costoso whisky del avión, les despierta el habla.
Rafael, liberado del yugo de su mujer, cuenta como su pequeña empresa ha prosperado con su esfuerzo y con la dedicación y el empeño que Dulce le pone a todo. Los amigos se ríen a quijada batiente conociendo la sumisión que le guarda a su mujer. El, haciéndose el desentendido ignora las burlas de sus amigos.
Alberto, muy al contrario de lo que muchos pensarían por su varonil porte y su estampa de escultura de Apolo, aprovecha estos viajes para dar rienda suelta a sus encuentros clandestinos con otros hombres, sus compañeros de viaje, aunque al principio reacios y llenos de prejuicios contra él han terminado aceptándolo como un simple fenómeno, una aberración de quien con sinceridad aprecian.
Franco, era tan retraído como impresionaba, era gris, bebedor irredento y soez, una herida de guerra durante el cumplimiento de su servicio militar obligatorio en Irán lo dejó arrastrando una pierna y con su pe-ne siempre cabizbajo y penitente.
Daniel por el contrario a lo que inspiraba y a lo que todos pensaban era según su esposa el amante perfecto, nunca dió otros detalles.
Sin darse cuenta cuando ni por qué, una mujer vestida de un traje de saten color lila y con guantes en las manos se acercó a ellos y les dijo:
- Me permiten sentarme con ustedes y leerles las cartas, claro dijo sin pensar Rafael y todos los demás asintieron con la cabeza.
- Con ¿quién quereis que empiece?
- Rafael lo pidió, el debe ser el primero, respondieron todos al unísono.
Luego de barajar por unos minutos las cartas le pide a Rafael que las corte y comienza su faena adivinatoria.
Señor, es usted una persona muy extraña, sus cartas son contradictorias, pero lo más importante que acá se ve, es en unos pocos días saldrá a cenar a un restaurante con una mujer que no es la suya, será la primera vez, se sentirá nervioso, las manos le temblaran, las llemas le sudarán pero el deseo le arrastrará sin remedio, pero debo decirle que no podrán consumar su entrega, porque del local saldrán a un Hotel, buscará su carro y al caminar por el estacionamiento será arrastrado por el automóvil y le causará la muerte. Rafaél quedó sorprendio pero realmente no le creyó a la adivinadora.
Posteriormente le toco por turno a Daniel, luego de colocadas las cartas en la mesa la bruja le dijo, es usted un hombre feliz, su mujer ha sido fiel y usted la mantiene satisfecha, pero eso durará poco.
En unos pocos días, luego de finiquitar unos negocios, irá a su casa a dormir, su mujer lo esperará con paciencia, plena de sensualidad, duros los pechos, erectos los pezones, negritas las puntas le llamarán a acariciarlos, pasará su lengua con derroche por ellos, le bañará la piel con brandy y lo paladeará en el cuerpo sublime de su mujer, bailará apasionadamente el tango de las olas en vaivén infinito, clavará el acero brillante de su espada en el centro de la piedra de Excálibur, escondida trás el río Jordán entre sus piernas, delicioso oásis de aguas tibias y termales, derramarás en ellas perlas mágicas de albo amor y luego descansarás sobre su pecho en un sueño eterno del que no despertarás, porque tu corazón estallará victima de una lesión que tienes desde el nacimiento y que nadie ha descubierto.
- Pendejadas de bruja, riposta Franco, a quien le toca el turno de las cartas.
- Señor, Señor, ¿qué haré con usted?, tiene tan muerto el entendimiento, como muerta su potencia.
Con los ojos desorbitados por la sorpresa Franco deja que le hablen de su supuesto futuro.
- Habla maldita bruja, que ya me quiero ir a beber el whisky que queda.
- Señor, más pronto de lo que piensa, entrará al cuartucho de cartón y aluminio donde vive con su mujer y la verá retosando con un hombre alto y musculoso, pero usted en vez de reaccionar iracundo se quedará observándolo todo viendo como su esposa disfruta en otros brazos lo que usted no ha podido brindarle, sus gemidos de hembra en celo le retumbarán en los oídos pero seguirá esperando, mirando, disfrutando de su aberración de sátiro griego, se lamerá las manos, buscará excitarse, se tocará sus genitales, pero todo será inútil y allí en ese momento, pero no producto de la infidelidad de su mujer sino por su propia pequeñez e insatisfacción se volará los sesos en el único acto de valentía que va a realizar en su vida.
- Vete al Diablo!!! profiere Franco mientras lanza un escupitajo a la ventana como queriendo vomitar su furia.
Alberto, temeroso y pálido, espera que la quiromántica, Lorena, le lea su destino.
- Señor, es usted un hombre muy educado, pero su final será quizás el más trágico, su esposa ya desconfía de su sexualidad y pronto lo seguirá con sigilo y lo sorprenderá con un hombre que ya conoce y según me cuentan las cartas es alto, ejecutivo, muy bien parecido, pero que ha estado robándole dinero de sus cuentas, el no siente nada por usted, pero se ha enriquecido a su costa. ¡Cuídese!, se lo recomiendo. Ella lo descubrirá pero no le dirá nada, regresará a la casa donde conviven y allí lo esperará, le pedirá que la ame y que lo deje amarrar a su lecho para hacerle sentir cosas que jamás nadie le ha logrado producir, accederá a su petición y le amarrará de piés y manos a las esquinas de la cama, le tapará los ojos y rociará su cuerpo y el colchón de su cama con gasolina, finalmente encenderá un fósforo y lo hará arder. Sus gritos sólo los escuchará usted, porque ella colocará la música a toda intensidad para impedir que los vecinos oigan, mientras ella desaparece sin dejar rastros, nunca nadie sabrá de ella porque se esconderá en un campo minero donde trabajará como prostituta y será conocida como La India Afrodita.
Los cuatro amigos se miran las caras unos a otros y se dicen que seguramente la loca, bruja, Lorena, los había escuchado conversar y por ello es capaz de conocer detalles de su vida y que lo mejor es no hacerle caso.
- Al menos nos hizo corto el viaje, afirma Rafael.
De la misma forma que llegó, desapareció del entrono de los cuatro hombres, que medio asombrados y temerosos siguen tomando una y otra copa y conversando de lo felices que serán en el futuro, mientras un discreto aroma a carne quemada envuelve el espacio lentamente.
- Caramba Alberto, ya te está quemando tu mujer, dice Franco mientras descarga una carcajada que se convirtió en coro junto a la de sus amigos.
- No seas bruto pana, ese es el lomito en salsa que con seguridad nos vienen a servir, dice Daniel, contando con la aprobación del grupo.
Se escucha la voz del piloto informando que están pronto a aterrizar, lo cual ocurre con suavidad y perfección.
Se abre la escotilla y los amigos descienden con la misma parsimonia con que subieron al salir.
- Alberto, este aeropuerto debe ser el más silencioso y solitario del mundo, dice Daniel.
- Tienes razón, responde Rafael.
- Ufff ¡Que voluntad!, las chamitas que contactamos no nos vinieron a buscar grita Franco.
Una ráfaga de viento, convertida en remolino levanta un periódico arrugado que se encontraba en el suelo y va a dar a la cara de Franco, lo levanta y por curiosidad lee la primera página.
"VUELO 123 DE LA EMPRESA BRFF CON DESTINO A SAN MARTIN EXPLOTA EN EL AIRE, TODOS LOS PASAJEROS MUEREN CALCINADOS"
En ese momento los cuatro amigos, Daniel, Alberto, Franco y Rafael, se miran unos a otros, levantan sus ojos y observan un cartel medio caido colocado en una viga del techo que dice:
"SEAN TODOS BIENVENIDOS AL PURGATORIO"

G U E P A R D O[/font][/align]
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