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El Hombre que un Día Amé

El hombre que un día amé ya no existe y solo Dios sabe cuanto me duele admitirlo. Se marchó de mi vida con todo su encanto, con sus promesas de amor, con los sueños que plantamos y que murieron mucho antes de florecer y dar frutos. El hombre que un día amé se ha transformado en una sombra que miente; en un fantasma que deambula por los callejones desiertos de este mundo. Su encanto, su ternura, la magia de sus versos se desvaneció con el viento sin valorar todo aquello que estuve dispuesta a sacrificar por él, por nuestro romance, por el sentimiento poderoso que aparentemente nos unía.
¿A donde fue la alegría de sus palabras? ¿En que lugar escondió el brillo de esa mirada que me hacía temblar? ¿Cuando murió la sonrisa que tiernamente consolaba mi alma?
Demasiadas preguntas sin respuestas, preguntas que nunca conseguí hacerle porque desapareció antes de que pudiera hacerlo. El se refugió en un escudo de mentiras y falsedades, se transformó en un extraño, en alguien que no podría decir que conocí, porque en realidad nunca lo hice. El hombre que un día amé fue solo una ilusión, un espejismo en esta vida desierta y carente de besos, de palabras que endulcen mi oído, de caricias que estimulen mi cuerpo.
El hombre que un día amé ha dejado un agujero en mi pecho. Fue un cometa que estuvo de visita en mi universo y que se marchó con mucha prisa, sin dejar rastros, sin dejar recuerdos buenos que no estuvieran manchados por sus faltas, por su desinterés, por su incapacidad de dar cariño y amor verdadero.
El hombre que un día amé hoy es apenas un accidente que quedó atrapado en el tiempo.

Arwen Undomiel
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