Las Crónicas de Saeros (Narrativa)

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Las Crónicas de Saeros (Narrativa)

Mensaje por (`·.Arwen¤Undomiel.·´) » 16 Abr 2006, 14:15

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Las Crónicas de Saeros

Parte I: La Doncella Virgen


Lo vió y supo que lo amaría por el resto de su vida.. Amarië era tan hermosa que resultaba dificil resistirse a sus encantos. Virgen, delicada como una margarita e hija única del más noble gobernante que haya tenido Saeros en más de cuatro décadas. Ella sabía que aquel hombre era el que había estado esperando. Cada tarde lucía sus mejores galas para que el la mirara cuando viniera a discutir con su padre asuntos concernientes al reclutamiento de hombres que pronto partirían a la guerra. Daeron era un valiente guerrero que había llegado de lejos, nadie sabe como y sin muchas explicaciones su padre lo había puesto a cargo del ejército de Saeros. A pesar de saber poco de el, el rey Elros había depositado su confianza en aquel hombre que sabia pelear como nadie que hubiera visto en su vida, aguerrido, valiente y muy inteligente, Daeron era una amenaza en el campo de batalla, ágil, impetuoso y muy diestro con la espada.

Eran tiempos difíciles en los que muchas comarcas luchaban por mantener su soberanía y no dejarse aplastar por Dínendal y su legión de guerreros inmortales que pretendían conquistar todas aquellas tierras para unirlas al reino de su padre, Finrod Calmcacil, hombre cruel, despiadado y extremadamente ambicioso. Capaz de vender su alma al diablo a cambio de poder. Dínendal era el hijo mayor de Finrod y tenia especial interés en la conquista de Saeros ya que esperaba obtener como botín de guerra a la hermosa hija de Elros, la bella doncella Amarië codiciada por tantos hombres y por quien Dínendal sentía una pasión indomable. Desde que la vió por primera vez sintió un torrente de emociones deslizándose por su pecho que era indescriptible, quizás esas emociones eran la única cosa buena que el malvado había experimentado en la vida, pues los horrendos crímenes que había cometido y los constantes abusos a los que sometía a los pobres campesinos que vivian en sus tierras, le habían coloreado el alma de negro y dejado la mirada mustia y fría. Solo Amarië despertaba sensaciones puras en el, por ella era capaz de hacer cualquier cosa, estaba decidido a tenerla de cualquier manera.

Amarië, mientras tanto, solo pedía a los dioses protección para su amado, que el llegara a mirarla un día con ojos de enamorado y dejara de pensar en ella como la niña inocente y dulce que lo saludaba con sonrisa tímida cada tarde. Se moría de ganas por demostrarle toda la pasión que llevaba dentro y las ansias que tenia de sentirse amada, de entregarse por completo. Daeron era un hombre con muchos misterios, un pasado que guardaba con recelo. Quien sabe que cosas espantosas le haya tocado vivir? Solo el mantiene sus secretos bajo siete llaves, quizás por miedo o por vergüenza, nadie sabe y aunque muchos comentan el no habla con nadie y tampoco presta atención a los rumores callejeros. Se preocupa por servirle al rey y por pulir sus habilidades como guerrero.

Pronto comenzaría la batalla y debían estar preparados. Se decía que los hombres de Dínendal eran inmortales, ya habían sometido a varios territorios vecinos. Los ancianos comentaban que estaban poseídos y que la magia negra de Eärlindë of Dorthonion los protegía y no permitía que nadie los derrotara.

Continuará....


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Mensaje por (`·.Arwen¤Undomiel.·´) » 16 Abr 2006, 14:19

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Las Crónicas de Saeros

Parte II: Secretos Bien Guardados.

Eärlindë of Dorthonion era para muchos solo una leyenda, gran parte de los soldados no creían en la existencia de la mal nombrada bruja, pero la realidad es solo un reducido número de hombres había sobrevivido las batallas en contra del ejército de Dínendal y esos pocos eran ahora esclavos o miembros de esa temible maquinaria mortífera. Finrod Calmcacil era un hombre muy rico, se había ido apropiando de todos los recursos que poseían las tierras que conquistaba, los utilizaba para beneficio propio y para propiciar la conquista de nuevos territorios. Todos lo veían como un hombre extremadamente inteligente, que imponía su voluntad por sobre todas las cosas y manejaba a su hijo Dínendal como a un títere. Sin embargo el ignoraba los sentimientos de Dínendal hacia la hija del rey Elros y mucho menos imaginaba que esa "debilidad" seria su perdición, la ruina de todos sus planes.

Finrod también tenía una hija de la que muy pocas personas sabían gracias a que el la mantenía encerrada todo el tiempo. La joven y bella Tinuviel era la poseedora de poderes sobrenaturales, podía leer la mente de las personas y saber lo que iba a pasar, habilidades que su padre utilizaba en el campo de batalla para ganar. El mismo se había encargado de correr los rumores sobre la existencia de una hechicera a la que bautizó Eärlindë of Dorthonion para intimidar a sus oponentes, pero en realidad era su hija quien le otorgaba el beneficio de saber el futuro y quien preparaba la pócima mágica que hacía a los soldados de Dínendal invencibles.Tinuviel sentía un amor enfermizo por su hermano y en nombre de esa pasión se somete a la voluntad de su padre, pues no quiere ver a Dínendal muerto y sueña en tener una vida futura con el cuando las guerras de conquista terminaran. Ella estaba en total desacuerdo con privar a otros seres de su libertad, pero por su amor era capaz de todo y Finrod sacaba provecho de eso.

Mientras tanto el nivel de alerta se elevaba en Saeros. Daeron entrenaba a los soldados de su pequeño ejército, pues a pesar de haber reclutado a todos los hombres con capacidad de empuñar un arma en la comarca, no alcanzaban a ser en número, ni la mitad de los guerreros de Dínendal. Aun así, reinaba la esperanza, la fuerza de voluntad y las ganas de defender su tierra a cualquier precio.La angustia de Amarië crecía con cada segundo que pasaba, pronto vería a su amor partir a un destino del que quizás no regresaría, temía por el, por el futuro de su pueblo, por su padre que cada día se mostraba más preocupado ante la amenaza latente del enemigo y ante tanto tormento toma una decisión transcendental: iba a confesarle a Daeron sus sentimientos, algo bastante impropio para una doncella real, pero no quería que el partiera sin saber que su corazón latía gracias a al brillo de esos ojos verdes que la elevaban al cielo cada vez que los miraba. Quería declararle su amor a aquel mortal que apareció de repente a iluminar sus días.

Swelteppa!- Le gritaba a su nana- ayúdame con este vestido! Necesito estar lista para cuando el llegue.

Pensaba interceptarlo antes de que hablara con su padre y decirle con el corazón en la mano que lo amaba más que a nadie. Sin embargo ella no sabía que Daeron había llegado al castillo antes de lo previsto y se encontraba encerrado con su padre hacía más de una hora.

Al parecer algo grave ha ocurrido mi niña- le comentó Swelteppa casi murmurando.

La joven se apresuró y salió rápidamente de su alcoba, se acercó muy despacio al salón donde el rey Elros conversaba con su amado, miro hacia ambos lados para asegurarse de que nadie la estuviera vigilandola y puso el oído en la puerta y fue entonces cuando escuchó algo que la dejó perpleja, algo que nunca había si quiera imaginado

Continuará…


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Mensaje por (`·.Arwen¤Undomiel.·´) » 16 Abr 2006, 14:20

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Las Crónicas de Saeros

Parte III: El Corazón de un Guerrero.


Daeron había sido criado por campesinos aunque el no era un plebeyo. Su madre biológica, Gilgarien Saralondé, era heredera al trono de las tierras de Salmarion, ocupadas en la actualidad por las tropas de Finrod. El padre biológico de Daeron murió antes de el nacer por lo que su madre después de dar a luz se casó con un hombre ambicioso, que fingía amarla pero en realidad solo estaba interesado en el poder. Daeron tenía una hermana de la que fue separado al nacer por su madre, pues debía protegerlo de la ambición de su esposo quien era capaz de cualquier cosa, hasta eliminar al hijastro quien se había convertido en una amenaza para sus intereses. Fue así como Daeron fue a parar a la casa de los Bree Gamwiches, quienes le dieron todo el amor del mundo hasta el día en que fueron asesinados por los guerreros de Dínendal. Una carta en el cofre de Rosie-Posie, su madre adoptiva, narraba la historia que Daeron había ignorado toda su vida y que ahora le daba una razón para seguir adelante y encontrar a esa hermana de la que no tiene recuerdos y liberar a su reino de las garras de Finrod.


Fue así como Daeron llegó a Saeros y se integró al ejercito de una de las pocas comarcas que aun estaban libres y con fuerzas para resistir la invasión que había bañado de sangre tantos sitios y había arrasado con su paso las vidas de tantos inocentes. Se había prometido a si mismo que nada lo desviaría de su objetivo y colgado al cuello, muy cerca del corazón llevaba la única referencia que tenia de su hermana, un anillo de plata con una piedra color turquesa que tenía en el interior un símbolo extraño partido a la mitad, la otra parte se encontraba con su hermana, era una pieza única y solo ella podría tenerla. Pero al llegar y ver su rostro reflejado en las pupilas de Amarië supo que la amaría más que a nada en la vida, enloqueció con su mirada, sus atenciones y palabras tiernas. Ella era la flor más bella que sus ojos habían visto y tenía miedo, de amarla más que a su vida y no poder corresponderla de la forma que ella merecía.


Con el amor nadie puede, es el sentimiento más puro que existe en el universo y por eso había decidido dejar de luchar en su contra, y allí estaba, en aquel enorme salón diciéndole al rey Elros que amaba a su hija con desesperación y que no concebía su vida sin ella. Amarië que había escuchado detras de la puerta estas ultimas palabras no daba crédito a lo que oía. En su cabeza Daeron no sentía por ella más que respeto y admiración y aquella voz apasionada, hablando del amor que sentía hacia ella la había puesto tan nerviosa y feliz al mismo tiempo que no sabía como reaccionar, ni que decir. Salió corriendo a contarle a su nana lo que acababa de escuchar pues era tanta la alegría que no le cabía en el pecho. Mientras tanto el rey Elros imponía condiciones a Daeron para amar a su hija, trabas que avivaban sus fuerzas de ir a esa guerra, seguir su destino y ocupar de una vez y para siempre, el lugar que le corresponde en esta vida

Continuará…



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Mensaje por (`·.Arwen¤Undomiel.·´) » 16 Abr 2006, 14:21

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Las Crónicas de Saeros

Parte IV: La Otra Cara de la Turquesa

Hacía una mañana hermosa en Saeros. Desde bien temprano los campesinos y comerciantes se disponían a realizar las labores diarias. Había tanta calma que ningún extranjero podría imaginar que estaban en la antesala de la batalla que marcaría la historia de aquellos tiempos de manera definitiva. Daeron como de costumbre se había levantado temprano y se encontraba junto a los arqueros del ejército con los que puntualizaba detalles de la estrategia a seguir. Aquellos hombres en un inicio no sabían ni como sostener un arco en sus manos, pero ahora eran muy diestros en la materia, gracias a el, quien tenía excepcionales habilidades en el combate y sabía manejar distintos tipos de armas con mucha precisión. Daeron presentía que esa aparente paz no duraría mucho, el enemigo se movía cada vez más rápido y la estocada final sería terrible, mas no tenía miedo, sabía que estaba en su destino enfrentarse a aquel temible ejército y era capaz de dar su vida por aquellos hombres de Saeros que estaban dispuestos a luchar hasta el fin con tal de no perder su libertad y la soberanía de la tierra que los vió nacer.

En la fortaleza de Finrod Calmcacil, Dínendal tramaba su ataque sorpresa al sitio que anhelaba conquistar con desesperación, Saeros. Nada podía fallar, así que había decidido verificar personalmente la preparación de la pócima en contra de la voluntad de su padre, que hasta el momento era quien se había encargado de lidiar con Tinuviel. Esta vez era diferente, había más que ansias de conquista, de ganar la batalla, Dínendal sentía que la pasión lo quemaba por dentro, y es que ya no podía soportar las ansias de tener a la bella Amarië entre sus brazos y hacerla suya por siempre. Se dirigió al pabellón en el que vivía su bella hermana y de un tirón entro en su alcoba, de manera seca y cruda espantó a todas las criadas procurando quedarse a solas con ella. A pesar de que a Tinuviel no le había agradado la forma brusca que su hermano había utilizado para irrumpir en sus aposentos, sentía una alegría mezclada con nerviosismo indescriptible. Estaba a punto de quedarse completamente a solas con el hombre que había amado desde que tenia memoria! Su amor platónico y prohibido, era tan bueno aquello que estaba ocurriendo que parecía un sueño.
Sin pensarlo corrió hacia el y lo abrazó con fuerza y lágrimas en los ojos. Dínendal no podía entender aquella reacción de su hermana, pero como solo le interesaba sacar provecho de su sabiduría, le correspondió gustoso mientras acariciaba su largo y blondo cabello. Tinuviel creía que el había ido a conversar con ella, a decirle finalmente que la amaba, ya que Finrod se había encargado de alimentar falsas esperanzas en ella con tal de que le dijera lo que el futuro deparaba.

-He venido a supervisar la preparación de la pócima -dijo de manera seca Dínendal- no pueden haber errores esta vez, Saeros significa mucho para mi.

-Amor mío- respondió Tinuviel- yo pensaba que…

y en ese instante un sollozo ahogó sus palabras cuando miró a los ojos de su hermano y supo la verdad. El no la amaba, nunca lo había hecho y jamás sería correspondida por aquella alma fría, obsesionada con otra mujer cuyo rostro no aparecía en la visión que estaba teniendo en ese preciso momento. Entonces todo se iluminó en su mente y como golpe de barita mágica se había dado cuenta de la barbaridad que había hecho todo este tiempo usando los poderes que heredó de su santa madre para satisfacer la mezquindad de un hombre por quien creyó sería amada y que en realidad era un monstruo peor que su padre

-Tendrás la pócima al amanecer- prosiguió Tinuviel con la cabeza baja- te prometo que no habrá fallas, tus hombres serán más invencibles que nunca.

Una sonrisa sádica se dibujó en los labios de Dínendal quien salió del cuarto sin decir más, confiado en que el gran momento había llegado y era imparable. Tendría todo lo que había deseado, la última batalla sería memorable. Mientras tanto Tinuviel se consumía en llanto y se reprochaba el haber estado tan ciega, precisamente ella, que podía ver más que cualquier mortal en aquellas tierras. Con el corazón destrozado se sentó junto a la ventana y mirando al cielo pidió perdón a su progenitora por haber utilizado sus dones para hacer el mal; mientras gentilmente acariciaba el anillo de plata, adornado con una hermosa turquesa que en su interior tenia ese símbolo extraño partido a la mitad y que su madre le había dicho que debía preservar como el más grande de los tesoros porque el contenía la clave con la que encontraría su mitad perdida y con ella la libertad.


Continuará…



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Mensaje por (`·.Arwen¤Undomiel.·´) » 16 Abr 2006, 14:22

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Las Crónicas de Saeros

Parte V: Aires de Guerra

Con el corazón destrozado, obligada por su padre, Tinuviel se dispuso a preparar la pócima. Finrod sabía que ese encuentro a solas entre su hija y Dínendal no debía ocurrir, pero no hubo manera de evitarlo, ahora sería más difícil someterla a su voluntad; su ambición lo cegaba y aunque sabía que Dínendal no la amaba y que había estado engañando a Tinuviel todo el tiempo, el no imaginaba cual era el real motivo de la decepción de su hija. Dínendal amaba a otra mujer con desesperación, pero ese era un amor muy egoísta y en el fondo Tinuviel sentía pena por esa mujer que sería sometida por su hermano la vida entera. Su intuición le decía que la batalla en contra de Saeros sería diferente al resto de las contiendas, había algo muy poderoso que nublaba su visión y no permitía predecir lo que iba a ocurrir con claridad.

La pócima era invencible, o al menos eso era lo que creían todos. Tinuviel la preparaba con unas yerbas medicinales y recitaba unas palabras que estaban inscritas en la parte interna del anillo de plata. Era un idioma raro, su madre la enseñó a pronunciarlas y le había advertido que la protegerían de cualquier peligro que pudiese afrontar. Llegado el momento ella entendería el significado de aquella frase, que se completaría cuando encontrara esa mitad perdida de la que su madre también le había hablado. La bella joven ahora comenzaba a cuestionarse como haría eso, ya que siempre estaba encerrada en su pabellón del castillo, pero debía encontrar la forma de emprender esa búsqueda pues una corazonada muy fuerte le hablaba de un gran cambio, algo que sería definitivo y marcaría el comienzo de una nueva era.

La mayoría de los hombres de Dínendal eran débiles e ignorantes cuando no estaban bajo los efectos de la pócima. Muchos de ellos habían ingresado al ejercito de forma obligatoria, pues la otra opción que les quedaba era ser esclavos y sirvientes de Finrod y cualquier cosa era preferible antes que eso. Después de tomar la pócima se transformaban, esta les ofrecía una agilidad sobrehumana, mucha fortaleza física y en algunos casos la capacidad de anticipar los movimientos del enemigo. Eran muchos los territorios que habían sido conquistados y sometidos por Finrod y su despiadado hijo, por lo que la cantidad de hombres en su ejército aumentaba cada cierto tiempo y en la actualidad ese número superaba los diez mil. La mayoría de ellos bebía el brebaje, sobre todo, los menos diestros en el uso de las armas, esto le daba a Dínendal la capacidad de tener un ejército grande y funcional en un tiempo relativamente corto y así sorprendía a sus oponentes quienes demoraban más en prepararse para enfrentarlo.

La maquinaria mortífera estaba lista. Dínendal se disponía a pronunciar unas breves palabras para motivar a sus hombres y la avanzada comenzaría en breves instantes. Un día completo tomaría desplazar todo el ejército hasta las murallas de Saeros; los guerreros de la muerte estaban armados para llegar y destrozar todo cuanto encontraran en el camino. Sería una masacre, así lo había pronosticado Finrod, quien ya se sentía dueño de Saeros. El poder que le otorgaría la posesión de aquellas tierras lo harían el hombre más poderoso y adinerado de las místicas Tierras de Telcontar.

Caía la noche en Saeros, aquella puesta de sol era la más hermosa que Amarië había presenciado en días. Solo faltaba Daeron en aquel paisaje para hacerlo perfecto. Se sentía en las nubes desde que escuchó las palabras de amor que Daeron le decía a su padre aquella tarde, pero no podía comprender porque el no se lo demostraba y entonces se arrepentía de no haber escuchado más. Una brisa fresca del norte le dió ánimos para salir a pasear por los alrededores del castillo y así disfrutar aun más del paisaje. Entró en su alcoba, se retocó el maquillaje y salió apresuradamente. Mientras caminaba algo le oprimía el pecho, la incertidumbre de no saber que iría a pasar en los días negros que estaban por llegar, sentía miedo de la guerra, de perder todo lo que amaba, al hombre de su vida, a su padre que tanto quería, su libertad y entonces le daban ganas de tomar una espada y prepararse ella también para la lucha, alguna cosa le decía que la paz que ahora tenían, muy pronto iba a terminar.

De momento sintió un frío recorriendo su brazo, se volteó a mirar y allí estaba Daeron, observándola detenidamente con sus grandes ojos color esmeralda. Una sonrisa leve se dibujaba en sus labios y ella se sintió desnuda, nerviosa, estupefacta. Quería hablar pero las palabras no salían de su boca, fue entonces cuando el se acercó y acarició tiernamente su rostro y sin decir ni media frase la besó apasionadamente; la besó como nunca antes había sido besada por nadie y aquel instante se hacía eterno. El roce de los labios provocaba en ambos sensaciones ignotas y nada más existía en el universo que aquella pasión que había estado solapada por tanto tiempo y que ahora fluía libremente por las venas y se desbordaba por los poros. Aquellos eran los minutos más intensos y felices que ambos habían vivido y que desafortunadamente se vieron interrumpidos abruptamente por los gritos de Ereinion, el mejor de los arqueros del ejército de Saeros.

-La guerra ha comenzado! La guerra ha comenzado!

gritaba con desesperación. La columna de hombres de Dínendal avanzaba hacia Saeros y tenían poco menos de dieciocho horas para prepararse. Daeron apretó fuertemente las manos de Amarië mientras le decía que más tarde conversarían. Se retiró apresuradamente a hablar con Ereinion y prepararse para enfrentar la tempestad que se avecinaba.

Continuará…



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Las Crónicas de Saeros

Parte VI: La Revelación (1)

Ereinion era un joven impetuoso, muy diestro con el uso del arco, habilidad que había perfeccionado desde que se alistó en el ejército. Hijo de campesinos, siempre sintió ansias de ser soldado y defender las tierras en las que había nacido y ese momento había llegado. En su recorrido diario por las afueras del reino había divisado la enorme columna de hombres que se desplazaba en dirección de Saeros y al frente de ellos, Dínendal. Cabalgó tan rápido como pudo para avisar, todos sabían que pronto el enemigo atacaría, pero no imaginaban que sería tan rápido.

Daeron movilizó de inmediato a todos los hombres, alertó al rey de la inminencia del ataque quien a su vez puso en alerta a toda la comarca, convocó una reunión en la plaza pública y se dirigió a su pueblo:

- Vivimos en tiempos difíciles, la muerte es aliada del enemigo y junto a el avanza. Los invasores se dirigen hacia Saeros y en menos de 15 horas estaremos librando la batalla de estos tiempos. Ellos son superior en número a los hombres de nuestro ejército, por lo que ordeno que todo hombre mayor de 17 años, capaz de empuñar una espada se reporte con Daeron en la armería para unirse a la resistencia. Las mujeres y los niños deben dirigirse a los refugios lo antes posible. Lleven con ustedes provisiones de agua y comida y aquellas pertenencias que puedan hacerles falta. Los preparativos deben estar listos al amanecer, apresúrense, queda poco tiempo.-

La desesperación, el miedo, la incertidumbre se apoderaba de los habitantes de Saeros. Temían por sus vidas, por lo que pudiera pasar con sus seres amados, por el futuro incierto que se presentaba de momento como una nube negra, opacando los sueños y las esperanzas. La guerra es un fenómeno horrible, que destruye, divide y tiñe de rojo las almas con su paso. La ambición era el móvil principal de esta; pero al mismo tiempo que se muestra la mezquindad, la falta de compasión y respeto por la libertad ajena, se extrae de las almas buenas la valentía, la capacidad de morir por el hermano, de poner los intereses comunes por encima de los personales y luchar por lo justo, sin importar las desventajas y consecuencias que esto pudiera acarrear. Así se sentía Daeron, sabía que este era el destino que había estado buscando y lejos de la incertidumbre y el miedo, en su corazón había paz y seguridad; algo muy importante estaba por ocurrir, lo presentía. Sentado en lo alto de una de las murallas que delimitaban a Saeros, el guerrero miraba hacia el temporalmente calmado horizonte. Ya era completamente de noche y la brisa fría despeinaba su negro y lacio cabello. De repente, el sonido de una voz dulce y asustada surcó el silencio

-Que va a ocurrir ahora Daeron?- Preguntó Amarië con timidez

Daeron se volteó a mirar y encontró que ella estaba más hermosa que nunca, la atrajo hacia el y la abrazó con fuerza

- No temas, todo va a estar bien, lo prometo.

La besó con mucha ternura y sentir el calor que emanaba de su cuerpo era como flotar en una nube. No podía perderla, la amaba más que a su vida y sería capaz de cualquier cosa con tal de protegerla. La tomó de la mano y caminó junto a ella de regreso al castillo, donde su padre le ordenó llevarla a los refugios con el resto de las mujeres. En ese momento Elros entendió que Daeron era el hijo hombre que nunca había tenido y que su princesa no podría quedar en mejores manos cuando el ya no estuviera más en este mundo.

En el castillo de Finrod, Tinuviel intentaba concentrar el sueño. Tendida en la cama se movía intranquila de un extremo a otro de la misma. Estaba impaciente, ansiosa y no podía entender porque. Llamó a una de sus sirvientas y le ordenó que le preparara un te que la ayudara a dormir, se levantó, caminó hacia el tocador y con un cepillo plateado comenzó a peinar su larga cabellera. De momento, en el espejo se reflejó una imagen que no era la suya. Una hermosa mujer la miraba con ojos dulces y le sonreía. Tinuviel se volteó a ver si había alguien detrás de ella pero no, su habitación estaba completamente vacía. Había alguien el espejo y ese alguien era su madre!

Los ojos de Tinuviel se llenaron de lágrimas, ya había tenido muchas visiones, pero esta era única. En sus revelaciones se mostraba el futuro cercano, los sentimientos de las personas, pero ahora era diferente, estaba mirando una imagen de su madre distinta a la que ella recordaba, aquello no era el pasado, no era el futuro, era otra cosa y no comprendía nada. Los ojos de su madre la miraban fijamente, como si quisieran hablarle y de momento una serie de imágenes borrosas se sucedieron a la visión que ya estaba teniendo, convirtiendo el espejo en una ventana a lo desconocido. Las imágenes mostraban una pared de su cuarto donde colgaba un cuadro por el que ella sentía un particular cariño, una caja dorada con una ranura extraña y la imagen de un hombre muy apuesto que para su asombro tenía colgado en el cuello la otra parte de su anillo mágico!

Tinuviel no salía de su asombro cuando de repente todo desapareció y su silueta se volvió a reflejar en el espejo. Rápidamente se dirigió a la pared y quito el cuadro, ahí detrás había unas marcas, las toco y posteriormente golpeó con el puño cerrado y sonaba hueco. Agarró fuertemente un joyero vacío de plata y con eso golpeó la pared en el área marcada, el repello calló y ahí estaba, un agujero que contenía la caja dorada de la visión. La tomó en sus manos y en eso la criada tocó a la puerta con el te que ella había solicitado. La mandó a retirarse diciéndole que ya se sentía mejor y con cuidado empezó a examinar la caja. Había que introducir algo en la ranura para poder abrirla, jamás había visto una cerradura como aquella y entonces se percató que tenía la misma forma del anillo. Lo tomó en sus manos y lo introdujo por el peculiar agujero y de inmediato la caja se abrió. Allí había un pequeño libro, era el diario de su madre y un sobre con una carta que tenía escrito con letras color oro " Tinuviel y Daeron".

Quien era Daeron? sería el apuesto joven que había observado en el espejo? Porque su madre no le había revelado la ubicación de la caja antes? No lograba comprender, pero estaba segura de que todas las respuestas a sus preguntas estaban dentro de esa carta que se disponía a abrir con temor, cuidado y mucha curiosidad.


Continuará…


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Mensaje por (`·.Arwen¤Undomiel.·´) » 16 Abr 2006, 14:23

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Las Crónicas de Saeros

Parte VII: La Revelación (2)

Gilgarien Saralondé era la última descendiente directa de una clase superior de humanos conocida como los Gwindor. Se dice que en un principio el Creador los bendijo con larga vida y poderes sobrenaturales que debían ser utilizados para hacer el bien y mantener el mundo, que les había sido otorgado para vivir, sano y verde. Hubo quienes traicionaron a su raza y decidieron utilizar estos poderes para beneficio propio. Cuenta la leyenda que el Creador decidió eliminarlos de la faz de la tierra dando paso a una nueva raza, más débil y dependiente de él. Los dones eran transmitidos de padres a hijos por lo que lentamente comenzaron a nacer criaturas débiles. Solo aquellos que conservaran la pureza del alma serían capaces de transferir estos dones a sus descendientes, pero lamentablemente cada día quedaban menos corazones puros entre los Gwindor.

Gilgarien era la joven princesa de las tierras de Salmarion, una de las últimas controladas por los Gwindor, se había enamorado y casado con Amrod Nólatári, uno de los soldados del ejército de su padre, de quien quedó embarazada. Sin embargo Amrod no pudo ver nacer a su hijo pues murió en una emboscada tendida por bandoleros mientras cumplía con una encomienda del rey, quien falleció dos meses más tarde de una extraña enfermedad. Fue así como Gilgarien se quedó sola en el mundo, su única compañía sería la criatura que llevaba en su vientre, fruto del amor que había sentido por Amrod.

El parto fue complicado, pues para su sorpresa nacieron dos bebés. Una hembra y un hermoso varoncito a quienes nombro Tinuviel y Daeron y que llevarían en la sangre las virtudes de los Gwindor. Daeron era el heredero legitimo del trono de Salmarion y apenas alcanzara la mayoría de edad debía asumir las responsabilidades que su sangre demandaba. Sin embargo necesitaba de un padre, una figura masculina que lo instruyera y fue así como Finrod Calmacil entró a la vida de Gilgarien. Un hombre apuesto, bueno, amable, que decía amarla a ella y a sus hijos con la misma intensidad y que prometía hacer de Daeron un digno soberano. Se realizó la boda y entonces se produjo el cambio, Finrod mostró su real cara, no era más que un farsante cuyas intenciones eran apoderarse del trono y de las riquezas que poseían aquellas tierras; por este motivo Gilgarien tubo que entregar a Daeron a una humilde familia de campesinos que prometieron cuidar de él hasta que creciera y pudiera reclamar el lugar que le pertenecía. Tinuviel siguió viviendo con su madre inocente de lo que había ocurrido, era muy pequeña para entender nada, creció creyendo que Finrod era su legítimo padre y Dínendal, hijo del anterior matrimonio de Finrod, su verdadero hermano. Después de la muerte de Gilgarien, Finrod decidió utilizar los poderes de su hijastra para conquistar más territorios y adquirir de esta forma más poder. Buscó a Daeron incansablemente sin éxito, pues sus padres adoptivos supieron esconderlo muy bien hasta el día que la aldea en la que vivían fue arrasada por el ejército de Dínendal.

Tinuviel había desarrollado mejor que su hermano los poderes que había heredado de su madre, pues ella los utilizaba para servir a Finrod en sus propósitos, sin embargo esto no volvería a repetirse. Después de leer el diario de su madre entendió que no debía leer la carta hasta encontrar a Daeron. El nombre de ambos estaba escrito en el sobre y no era justo abrirla sin que él estuviera presente. Ahora comprendía porque debía encontrar la otra mitad de la turquesa, pues la misma yacía con su verdadero hermano, quien iba a devolver la soberanía a su pueblo y la esperanza a su vida. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sentimientos mezclados invadían su pecho, la alegría de saber su verdadera historia se veía opacada por la insensatez de sus actos, se había dejado manipular por Finrod y Dínendal utilizando sus poderes para el servicio del mal, misma razón por la cual sus antepasados habían sido castigados. Sin embargo quedaba poco tiempo para lamentarse. En su visión había visto a su hermano sentado en una de las murallas de Saeros, para donde se dirigía Dínendal junto a sus guerreros, tenía que hacer algo para parar la guerra, acababa de recuperar un hermano y no podía perderlo.

Llamó a una de sus criadas y le pidió que la sacara del castillo lo antes posible prometiéndole la libertad para ella y su familia a cambio del favor. La criada asintió con la cabeza y le dijo que se vistiera de forma discreta que en menos de una hora estaría todo dispuesto. Tinuviel se apresuró, puso en una bolsa el diario de su madre junto a la carta y en su cuello colgó el anillo que más tarde identificaría Daeron. Salió a toda prisa por un pasadizo secreto del castillo y entre los arbustos del patio aguardaba por ella un hombre encapuchado con dos caballos quien con voz firme preguntó:

-Hacia donde vamos señorita?
-A Saeros – respondió Tinuviel – lléveme por el camino más corto que tenemos poco tiempo.

El hombre asintió con la cabeza, la ayudó a montar su caballo y partieron a toda velocidad.


Continuará…


Arwen Undomiel

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(`·.Arwen¤Undomiel.·´)
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Mensaje por (`·.Arwen¤Undomiel.·´) » 16 Abr 2006, 14:24

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Las Crónicas de Saeros

Parte VIII: Camino a Saeros


Faltaban apenas unas cinco horas para el amanecer, Tinuviel y su encapuchado acompañante cabalgaban tan rápido como podían, tenían varias horas de desventaja. Dínendal y su ejército estaban muy cerca de Saeros y algo terrible podía suceder si ella no llegaba a tiempo. De cualquier manera no tenía idea de como iba a detener semejante maquinaria mortífera, pero sentía una seguridad en el pecho que no dejaba que pensara en nada negativo, algo le estaba diciendo que en sus manos estaba evitar una tragedia y eso le daba fuerzas para cabalgar más aprisa.

Mientras tanto, en Saeros cundía la incertidumbre, el miedo y en algunos hombres la desesperanza. Sentían que ese sería el final de su amada tierra y que jamás la volverían a ver del modo que era: hermosa, pacífica, verde. Daeron estaba inquieto, no por la batalla que se avecinaba, sino por un extraño presentimiento que le decía que algo muy grande iba a ocurrir, algo que cambiaría su vida para siempre. Sin embargo tantos sentimientos mezclados nublaban su pensamiento; había dejado a Amarië en el refugio con una cara de angustia que hubiera deseado no haber visto. Ella era tan tierna, tan bella que no merecía ninguna clase de sufrimiento ni preocupación.

Caminó hasta la pequeña casa en la que vivía, se puso su armadura, tomó su arco, las espadas que amarró a su espalda y se dispuso a supervisar que todos estuvieran en sus posiciones, esperando por los invasores que en el horizonte se empezaban a visualizar con los primeros rallos del sol. Una enorme y verde pradera yacía en las afueras de los muros de Saeros y a lo lejos un ruido, una nube negra, eran miles de hombres armados, unos a pie, otros a caballo, todos se dirigían rumbo a Saeros con las peores intensiones. Cargaban altas escaleras con las que pensaban penetrar en la ciudad, muchos de ellos eran grandes y robustos, llevaban morteros y toda clase de artefactos bélicos para derrumbar los muros y portones de Saeros. El ruido era espantoso, ya era completamente de día y desde lo alto de las torres del castillo se visualizaba aquella mancha oscura que hacía temblar los huesos del más valiente de los mortales.

Dínendal estaba situado al frente de el ejército, gritando órdenes, ubicando a sus hombres, mientras Daeron estaba en lo alto de la muralla central de la ciudad con espada en mano, mirada recia y sin un ápice de cobardía en los ojos. No temblaba su puño ni su corazón y estaba dispuesto a pelear hasta el último aliento para proteger la ciudad. Mirando fijamente al enemigo daba instrucciones a sus hombres, la batalla iba a comenzar, la sangre mancharía aquellas tierras mientras aparentemente nada podría evitar que el martillo del enemigo golpeara con todas sus fuerzas a Saeros.

Tinuviel mientras tanto empezaba a notar que su acompañante ponía mucho empeño en cubrir su rostro, no tenía idea de quien era aquel hombre que su criada había conseguido para sacarla de la fortaleza de Finrod; estaba tan preocupada por lo que podía suceder que no había prestado atención a aquel robusto hombre de capa negra que parecía conocer mejor que nadie aquellos caminos. Eran 24 horas de viaje entre Salmarion y Saeros sin embargo existía un camino que nadie nunca quería tomar para acortar las distancias, el camino del Bosque Negro de Melwasúl. Se dice que cosas muy raras ocurren en ese sitio, que demonios y seres mitológicos habitan allí, los más incrédulos piensan que solo es una guarida de bandoleros, de cualquier manera nadie quiere atravesar ese lugar que yacía enfrente de la bella doncella en estos precisos instantes.

-Debemos atravesar el bosque- dijo con voz firme el encapuchado- al otro lado está Saeros. Debemos tomar esta ruta, es la más rápida .

Un frío intenso recorrió el cuerpo de Tinuviel mientras decía que si con la cabeza a su acompañante.

-Manténgase cerca de mi señorita y nada malo va a pasarle.

Al entrar al bosque la claridad desapareció por completo. Los grandes y robustos árboles no permitían que los rayos del sol llegaran a la tierra. Había mucha humedad y Tinuviel sentía como si mil ojos se posaran en ella, parecía que alguien la vigilara de lejos para atacarla en el momento más inesperado. El acompañante sin embargo se mostraba muy seguro, como si conociera aquel bosque de toda la vida y hubiera transitado por él en múltiples ocasiones.

-No tengas miedo, ellos no van a hacerte nada- dijo el encapuchado en voz baja pero con la seguridad de siempre.

-Quienes son ellos?-preguntó Tinuviel.

-Almas en pena, el averno de los infieles le llaman a este sitio. Se dice que después que murieron vinieron a parar a este bosque y aquí habitan esperando que llegue la hora de desplegar su manto negro sobre estas tierras

-Por qué harían una cosa así? Siguió preguntando Tinuviel.

-Porque hay mucha maldad en el mundo, mucho egoísmo en el alma del hombre y de esa energía negativa ellos se alimentan. Tu eres un alma pura, a ti no te podrán hacer daño.

-Que sabes tu de mi alma?

-Yo he conocido a tu madre, se quien eres y lo que buscas en Saeros, yo voy a ayudarte, no temas.

Tinuviel apretó el anillo contra su pecho y una sonrisa se dibujó en sus labios. Entendía que todo conspiraba a su favor y que nada podría evitar que se reuniera con su hermano. Sin embargo, el tiempo estaba cada minuto que pasaba más en su contra. La batalla se había dado inicio en Saeros y aquel era el ultimo lugar del mundo en el que cualquier mortal desearía estar.



Continuará....


Arwen Undomiel

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Guillermo Cano Botero
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Estimada Poetisa Arwen Undomiel

Mensaje por Guillermo Cano Botero » 20 Abr 2006, 00:19

Querida Arwen, espero que este año tengamos el final de tan genial narración, ya la he vuelto a leer y aclare todos las oscuridades que habian empezado a surguir, de modo que adelante y que se de inicio a la guerra o al final feliz de tu novela.

Mis respetos y admiración a tus letras.

Guillermo
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