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Sentada en una piedra
donde se interceptan
los siete mares
confluyen todos mis pesares.
Y esta soledad
que me acompaña
sustituye a mi sombra,
que ni con luz se proyecta
sobre las rocas
que amando se abrazan a las olas.
Es tu ausencia
y la falta de esos besos
que aún queman mi boca,
y las huellas de tus andanzas
en mi piel
que coronan en mi cabeza
tantos recuerdos
que luchan por no ser disueltos
en las garras del tiempo
con el desconcierto del pájaro
que surcó hoy el cielo
con la ruta de un ayer.
En el punto donde el ojo
pierde los contornos
del horizonte,
allí donde se mezclan
en sus amoríos secretos
las pieles azules
del mar y el cielo,
esperándote soy el sol
abrazada a la soledad
convertida en ocaso,
mientras las nubes
de dolor lloran sangre
y yo me envuelvo
en un manto de desespero.
En la orilla donde el mar
besa con ternura la blanca arena,
sentada en una piedra
bordada de espuma blanca,
en la espera de tu regreso
mis ropas ya son parte de mi piel.
Y soy en el cielo una estrella,
la luz del faro en la tierra,
y en mi soledad,
la estatua de una sirena
con incrustaciones
de cristales de sal, algas y coral,
mientras tantas lunas como soles
ruedan por mi espalda,
y con sus bordes
cuyos filos mi ser trasvasan,
hacen de mi alma
trizas de olvido.
Más no pierdo la esperanza
que por el horizonte
de mis sueños
aparezcas de nuevo mañana.
Artemisa904